Margarita López pasea por afuera
de las tiendas Chanel, Prada y Michael Kors, que están una al lado de la otra.
Se pregunta si al entrar le pasará lo mismo que en Chile: que al instante los
guardias ponen sus ojos sobre ella y que las vendedoras la miran como si no
pudiera pagar ni siquiera el aire de lujo que se respira allí.
Hace dos semanas, Margarita
Lourdes López Castillo desconfiaba de tres cosas en la vida. De las máquinas de
peluches, de las trivias de medianoche de la televisión y de los hombres. Todas
estas alternativas le parecían una estafa. Tampoco creía en el horóscopo, pero un
miércoles por la mañana, después de tomar desayuno, prendió la tele y sintonizó
un matinal. Capricornio: atrévase a hacer
cosas nuevas. La suerte estará de su lado, se leía en el generador de
caracteres, acompañando la sonrisa de un hombre de cabello gris, vestido con una
túnica blanca y con pulseras y collares artesanales, que parecía ser el responsable
del pronóstico zodiacal. Pura mierda, pensó Margarita. Pero lo cierto es que la
frase le quedó dando vueltas todo el día en su cabeza. Una vez preparó un
perfecto kuchen de manzana gracias a una receta que vio en ese programa, así
que eso le hizo pensar que la tele no siempre miente y que tal vez el hombre de
blanco podría tener razón.
Ese
día llevó a su sobrina al centro comercial por un helado. Tenía miedo de
encontrarse con algún ex compañero de colegio, porque le aterraba la
conversación que se podía generar. No quería que le preguntaran si seguía
viviendo con su mamá, si estaba casada o si ya se había muerto su hámster. Simplemente no le apetecía contestar esas
preguntas tan inoportunas y desagradables. Sin embargo, se encontró con algo
mucho peor: su enemigo número uno desde los seis años, una máquina de peluches.
Su sobrina insistió en que Margarita, su heroína, intentara sacar una réplica
mal cosida de Peppa Pig. El enunciado la
suerte estará de su lado no salía de su mente; atrévase a hacer cosas nuevas, tampoco, así que apostó su última
moneda y lo logró. En menos de treinta segundos la versión mal hecha de la
cerda Peppa ya estaba en sus manos. En menos de treinta segundos se dio cuenta
que el hippiento del matinal tenía razón y que la suerte sí podía estar de su
lado al menos una vez en la vida.
En
la noche no podía dormir por los ronquidos de su mamá, así que prendió la tele,
pero tuvo que darle unos golpecitos por el costado para que la antena agarrara
señal de algún canal. Mientras el cacharro se dignaba a mostrar alguna imagen, Margarita
fue a la cocina para prepararse un agua de manzanilla. Cuando volvió, en la
tele se veía un anuncio colorinche que rezaba Gane el viaje de su vida. Envíe un mensaje de texto y responda una sola
pregunta. Tengo que probar cosas nuevas, pensó Margarita Lourdes, hoy es mi
día. Agarró su celular y, sin que se diera cuenta su mamá, escribió el mensaje.
Bienvenido a la trivia de medianoche.
Para ganar el viaje de su vida solo responda la siguiente pregunta: ¿Cuál fue
el primer disco del artista mexicano Marco Antonio Solís? No le pudo haber
tocado algo más fácil, porque su mamá, la señora Carmen, era fanática del
cantautor. Los Bukis, tecleó a velocidad de la luz. No recibió respuesta
automática y se desilusionó inmediatamente. Margarita odiaba fracasar, pero era
algo a lo que estaba acostumbrada, así que podía convivir con eso. Apagó la
televisión, cerró los ojos y se obligó a dormir.
A
las cuatro de la mañana los ronquidos de su madre la volvieron a despertar.
Tomó su teléfono para ver la hora y ahí estaba, lo que jamás pensó que pasaría:
¡Felicidades! Has ganado el viaje de tu
vida. Llama a este número para reclamar el premio. Esperó cinco horas para
hacer el llamado, quería que fuera un horario oportuno. Pasó esas cinco horas
pensando de qué se trataría el viaje. ¿A dónde iría?, ¿cómo iría?, ¿cómo se lo
diría a la señora Carmen?, ¿le daría permiso?
—Buenos días. Soy Margarita López
Castillo. Llamo porque gané un concurso por la televisión anoche.
—¡Ah! Usted fue la afortunada…
participaron solo tres personas. Parece que ya nadie cree en nuestros premios.
—En la tele dijeron que la suerte
estaría de mi lado. Quería comprobarlo.
—Solo me queda felicitarla. Le
cuento, el viaje de su vida incluye una semana, con todo pagado, en una ciudad
de Europa. El destino es sorpresa, eso sí. Le voy a dar una dirección para que le
entreguen bien las indicaciones, tiene que llevar la cédula de identidad.
Anote…
Margarita le confesó a su mamá que
había ganado el concurso cuando estaban tomando once. Al principio, a la señora
Carmen no le gustó la idea, pero después se le pasó la tontera cuando se dio
cuenta que podría ser la única oportunidad para que su hija encontrara marido.
En Europa son más abiertos de mente, menos prejuiciosos. O al menos eso le
contaban sus amigas de la sede vecinal, que nunca habían salido del continente,
pero conocían a alguien que tenía un pariente que sí.
¿Y
si le tocaba ir a París, la ciudad del amor? La señora Carmen realmente esperaba
que el viaje ayudara a Margarita a encontrar al hombre de su vida. Nunca había
pololeado. Sus compañeros de colegio se reían de ella porque era fea, y casi
todos sus vecinos de la villa iban en su mismo curso, así que las posibilidades
de que alguien se fijara en ella eran casi nulas. A diferencia de Carmen, que en
sus años mozos era la más codiciada de la escuela primaria —como se llamaba por
1940—. Aunque sus padres no la dejaban salir mucho y tenía seis hermanos
mayores que hacían de chaperones cuando tenía una cita después de las cinco de
la tarde, doña Carmen tenía muchísimos pretendientes, y eso es lo que cuenta.
Le dolía el corazón el que su hija, todavía a sus 20 y tantos años, no haya
podido gozar de los mismos privilegios que ella.
Hasta
el día del viaje, la mamá de Margarita le rogaba que llevara ropa decente y un
poquito de maquillaje. “Así te vas a quedar sola de por vida, niña. ¿Eso es lo
que quieres?, ¿terminar como tu tía Aurora?”, le reprochaba. La tía Aurora, prima
de su mamá, era una bióloga que había dedicado su vida a la investigación de la
botánica. Tenía a su haber muchos trabajos académicos que le demandaron mucho
tiempo y le obligaron a postergarse como mujer, como decía Carmen. A Margarita
nunca le importó mucho la ropa, al menos no como quería su mamá. Desde chica le
inculcó la idea de que para que una mujer sea femenina debe usar faldas y
vestidos con frecuencia. Pero lo cierto es que ella era más de jeans ajustados
y blusas holgadas, nada llamativo.
Margarita
López pasea por afuera de las tiendas Chanel, Prada y Michael Kors. Se
pregunta si al entrar le pasará lo mismo que en Chile: que al instante los
guardias ponen sus ojos sobre ella y que las vendedoras la miran como si no
pudiera pagar ni siquiera el aire de lujo que se respira allí.
Piensa
unos segundos si atravesar una de las vitrinas o no. Se decide y entra. Un
guardia vestido de traje le abre la puerta y le da la bienvenida amablemente.
Le hace una especie de seña para que Margarita avance, pero ella se toma un
momento para asimilar la elegancia que sus ojos divisan. Obviamente no puede
pagar nada de lo que hay dentro, pero hoy una brisa primaveral la ha empujado
hasta allí. Al entrar se da cuenta de que todos los clientes son como ella:
vestidos con shorts color caqui, zapatillas blancas aporreadas por la tierra,
alguna camiseta que no combina y una mochila desgastada. Además, nota en la
cara de los vendedores un esfuerzo por complacer a los desaliñados. Uno se le
acerca y, con una sonrisa, le ofrece agua embotellada. Margarita no se la cree:
nunca nadie la había tratado tan bien. Y entonces entiende que es una turista y
que los turistas no se preocupan por su ropa porque prefieren la comodidad, y
que el resto del mundo comprende eso.
Margarita Lourdes López Castillo
ha sido turista durante veinticinco años y lo seguirá siendo.
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