Todo empezó con un cruce de miradas. Más de su parte que de la mía. Después todo se puso más tenso. Muy tenso. Me empezó a seguir. No entendía qué pasaba. Caminé más rápido, muy rápido. Él caminó más rápido. Demasiado rápido. Me alcanzó. Me abrazó. Yo lo empujé. Me besó. Yo le pegué. Él me pegó y me dijo que si gritaba, estaba cagada. Me arriesgué: grité ¡incendio, incendio!, porque es el único grito de auxilio que les importa a todos. Todos salieron. Se dieron cuenta de que no había incendio. Solo vieron a un hombre abrazando a una mujer. Solo vieron a un hombre feliz, dichoso. Y a una mujer llorando, pretendiendo que no pasaba nada, ignorando el cuchillo que estaba a milímetros de su abdomen.
De nada sirvió arriesgarse.
0 comentarios:
Publicar un comentario